domingo, 13 de marzo de 2011

Países distraídos

Genera escepticismo y tristeza constatar que los países occidentales están distraídos, como si no ocurriera gran cosa en el mundo árabe. Por el contrario, alimenta una esperanza sin límites percibir que una parte fundamental de la población del globo, un ausente hasta ahora del verdadero concierto internacional, está a punto de incorporarse a la modernidad, uniéndose a los demás.

Será inmensamente bueno para ellos y para el resto del mundo, que los ha echado mucho de menos. El conocimiento científico puede ayudar algo a entender lo que pasa con unos y otros. En primer lugar, habría que saber por qué el mundo occidental y los países europeos en particular están tan distraídos que no se dan cuenta de lo que ocurre a su alrededor. Me caben pocas dudas de que los países europeos han perdido de vista cuál es su elemento o dominio; es decir, aquella misión que no solo los enaltece cumplirla, sino disfrutar cuando se sumergen en ella.

A comienzos de una década muy distinta de lo que es Europa ahora, cuando regresé a España después de 20 años en el extranjero –era el comienzo de la década de los 70 y faltaban muy pocos años para que se muriera en su lecho el dictador–, todo el mundo me preguntaba por qué Europa era distinta; parecía más rica que nosotros, no solo económicamente, sino también científicamente y en el nivel de esparcimiento.

Recapacitando sobre lo que había visto y vivido, llegué pronto a una conclusión irrebatible: Europa no tenía petróleo; no era particularmente rica y sus emigrantes, ubicados por todo el planeta, entonaban canciones que recordaban su pobreza extrema y desamparo durante la mayor parte de su Historia. Europa había sufrido muchos holocaustos y en pleno siglo XVII se seguían quemando “brujas”. ¿Cuál había sido entonces su secreto? ¿Qué fue lo que dio a Europa la fuerza para innovar y colocarse a la cabeza del mundo durante muchos años?

Precisamente lo mismo que están a punto de conseguir los países árabes en estos momentos. En Europa fue la separación amorosa de la Iglesia y el Estado dedicándose, por fin, cada uno de ellos a sus propias competencias. A Dios lo que era de Dios y al César lo que era del César. Exactamente lo mismo que va a ocurrir dentro de muy poco en los países árabes. No se trata de cuestionar la religión en los países islámicos; todo lo contrario, de lo que se trata es de que las normas y los protocolos religiosos no interfieran en la voluntad del pueblo, explicitada en constituciones democráticas.

Es muy difícil de asimilar el aire distraído de los europeos ante tamaño acontecimiento. La separación amorosa entre la religión, por un lado, y el poder, por otro, tuvo consecuencias incalculables que solo quiero ahora apuntar. Europa renació de las cenizas. Por primera vez, los que se atenían únicamente a normas trascendentes y eternas dejaron de interferir con la vida pasajera y cambiante de los europeos. Es imposible regir una república improvisada y terráquea con los protocolos, las normas y los talantes característicos del reino eterno de los cielos.

En segundo término, la mitad de su población –las mujeres– se incorporó a los procesos de producción; desde aquel mismísimo momento, ningún país islámico aferrado al pasado podía competir con los países europeos. “No tenéis nada que hacer –les decía yo a mis amigos islámicos–; en esta carrera, nosotros vamos en Mercedes y vosotros con muletas. ¿Os dais cuenta de que la mitad de vuestra población no está incorporada a los procesos de producción?” Por añadidura, la reubicación del dogma religioso permitió el estallido de la revolución científica.

¿Hay alguien a quien le parezca eso poco?


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