"Cuando en cierta ocasión pregunté a una muchacha saharaui qué significaba para ella la palabra paz, me respondió: 'Tener un frigorífico y una lavadora'. En Etiopía, un taxista me dijo: 'África está llena de niños listos y adultos tontos. La miseria embrutece'. Navegando el río Congo, un pasajero del que me hice amigo, que iba desde Kinshasa al lejano pueblo de Boma para ejercer un empleo de ingeniero agrónomo, me dijo alegremente: 'Lo más humillante que puede sucederle a un hombre es no poder trabajar en lo que de verdad conoce. Yo me gradué en Bruselas con veinticuatro años de edad y tengo ahora cincuenta. He vivido humillado veintiséis. Pero por fin voy a ser yo mismo'.
En un campamento de prisioneros marroquíes, el saharaui Ahmed Du me llevó a hablar con algunos de ellos. Los trataba con extrema cortesía y yo le mostré mi aprecio por la forma tan generosa que tenía de dirigirse a sus enemigos. Él me respondió: 'Un prisionero no es un enemigo; es un hombre vencido'. Maidole, la bonita niña nicaragüense de Jalapa, me preguntó una vez: '¿Cómo es un país sin guerra, señor?'. En fin, encontré a una mujer en Split cuyo marido se encontraba en el Sarajevo cercado por los serbios radicales. Cuando supo que iba a ir a la ciudad, me pidió que le llevara a su esposo una bolsa con alimentos. Además de eso, me dio doscientos marcos alemanes para él, el único dinero que poseía. Yo le dije: 'Señora, usted no me conoce, puedo quedarme con el dinero y no buscar a su marido'. Ella me respondió: 'En este país nos hemos acostumbrado a confiar en los desconocidos y a desconfiar de los conocidos'.
Viajando, aprendí mucho sobre la miseria, la tristeza y el dolor, pero también sobre la generosidad, la dignidad y la fe. Y decidí que eran estas cosas sobre las que quería escribir y para las que el periodismo me resultaba insuficiente."
Javier Reverte.
Hace 10 horas
2 comentarios:
Que dulce es el testimonio de la esperanza enmedio de la desigualdad y la pobreza.
El "viaje", estimada Dulce, es las más de las veces un viaje del espíritu antes que del cuerpo. Nos despierta del letargo de la rutina y nos abre los ojos de par en par al mundo exterior, ese que está a la vuelta de la esquina y que no percibidos envueltos en las cortinas de lo cotidiano. Pone rostros a la miseria y a la abundancia, a la tristeza y a la alegría. Nos muestra, en definitiva, la "realidad" tal y como es, en sus infinitos colores y sabores... o tal y como debiéramos percibirla siempre. El viaje es una aventura, como recoge el título de este libro y, por ende, la mejor de las experiencias. Así lo siento yo.
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