viernes, 13 de febrero de 2009

Una de Panchitos

Cada vez que voy al Museo Naval paso junto al cuartel general de la Armada, donde los infantes de marina, vestidos con uniforme de camuflaje, siempre son tipos con cara de indio. Eso me dispara la sonrisa cómplice, recordándome Nicaragua y El Salvador, cuando fulanos idénticos a éstos, con uniformes parecidos, se daban estopa con valor y crueldad inauditos. A pesar de las apariencias, esos tíos bajitos con cara de llamarse Atahualpa son extraordinarios soldados, bravos hasta lo increíble, duros y orgullosos de cojones. Lo que pasa es que como son chiquitos y con ese hablar suave, despistan. Sobre todo si van en moto de mensaka con el casco a lo Pericles, o pasean el domingo con la familia por el parque del Oeste. El golpe de vista engaña mucho. Pero quien sepa leer en los ojos de la gente, que los mire bien. Y si no, que lea a Bernal Díaz del Castillo.

Esto viene al hilo de una carta reciente. Comentando un artículo mío, en el que contaba cómo un comanche pasado de agua de fuego me llamó cabrón y del Pepé por llevar corbata, un lector torpe interpretando sujeto, verbo y predicado, concluye con la siguiente frase: «Hay que joderse con los panchitos». Y para qué los voy a engañar. Ese equivocado compadreo me fastidia un poco. Sobre todo porque veo que mi comunicante no entendió una puta línea. Así que voy a intentar explicarlo algo más claro.

En mi opinión, si alguien tiene derecho a estar en España –lo tiene, claro, mucha otra gente– son los emigrantes hispanoamericanos, sean mestizos o indios puros como la madre que los parió. Porque son nuestros, o sea. Somos nosotros. Me troncho cuando aquí decimos que, a diferencia de los anglosajones, los españoles no exterminaron a los indígenas y se mezclaron con ellos. Cuando lees la letra pequeña de las relaciones de Indias, adviertes que los españoles –mis abuelos se quedaron aquí, ojo– fueron a América a buscar oro y a calzarse indias. Y si no exterminaron a los indios, fue porque necesitaban esclavos para las minas y criados para las casas. A cambio, es cierto, los de allí obtuvieron una lengua hermosa y universal. Pero la pagaron cara, y la pagan, con la herencia de corrupción y desbarajuste que la estúpida y egoísta España dejó atrás. Cierto es que llevan doscientos años reventándose solos, sin nuestra ayuda. Pero nadie históricamente lúcido puede olvidar la culpa original. Una responsabilidad que, por otra parte, hace babear a políticos analfabetos y elementales ante golfos populistas que, bajo el poncho de la retórica, tomaron el relevo en el arte de chulear y estafar a su gente.

Ahora vienen, buscando futuro, al sitio natural donde los trae la lengua que se les dio y la religión que se les impuso. Vienen a donde tienen derecho a venir, trayendo sangre nueva, ilusión, capacidad de trabajo, idas y coraje, con la determinación de quien no tiene nada que perder. Llegan como carne de cañón, a comerse los más duros trabajos de esta España con la que soñaron. Su error es creer que llegan a Europa. A un sitio que imaginaban civilizado, culto, con políticos decentes y valores respetables. Pero encuentran lo que hay: demagogia, picaresca y poca gana de currar. Y además, la crisis. Así, en cuanto espabilan, algunos se españolizan. Aprenden a mimetizarse con el entorno, a esforzarse lo justo. A ser lo groseros que en su tierra no fueron nunca. A despreciar a estos españoles maleducados que tanto aire se dan pese a ser una puñetera mierda, incapaces de valorar lo que tienen y lo que podrían tener.

Descubren también la clave mágica española: el victimismo. Aprenden pronto a explotar la mala conciencia y lo políticamente correcto, a montar pajarracas sabiendo que nadie va a negarles, como a los moros y los negros, el derecho a exigir incluso más de lo que exigen los propios españoles. En todo caso se les dará, no por sus méritos de trabajo, educación o cultura, que a menudo los tienen, sino por el qué dirán, por el no vayan a creer que soy racista, o lo que sea. Y a eso, algunos –no todos, pero no pocos– suman malas costumbres que traen de allí: la afición a ponerse hasta arriba de alcohol, a conducir mamado hasta las patas, y la tradicional bronca de fin de semana, tirando de arma blanca o de otro calibre; con ese orgullo valiente y peligroso del que hablaba antes, y que lo mismo puede ser una virtud que una desgracia, cuando no se maneja con cabeza. Y mientras, las autoridades que deberían acogerlos y educarlos, planificando para ellos una España futura, inevitable y necesaria, emplean su tiempo y nuestro dinero en contaminarlos de la sarna política al uso, adobada con la más infame demagogia. En atraerlos a su puerco negocio, halagándolos de manera bajuna y jugando con ellos al trile de los votos, sin que importen a nadie su pasado, su presente o su futuro. Haciendo lamentar, a los lúcidos, que la suya sea el español y no otra lengua que les permita irse a otro país que de verdad sea Europa.

Publicado por Arturo Pérez-Reverte en XLSemanal (Nº 1109. Del 25 al 31 de enero de 2009).

2 comentarios:

dulce dijo...

Hola Fran!

Buf. No sé si hablar o callar. Fuerte. Me gustó en primer término la manera, personal, el estilo sin adornos, directo, concreto. Sin dejar lugar a ninguna duda sobre tu visión de la inmigración.

El emigrante hablo (desde aquí), aspira siempre a un modus vivendi mejor que el que su país le puede dar. Problema número uno: La política del país de origen. Problema número dos: La demagogia del país receptor que muchas veces de forma oculta, atrae mano d eobra barata para los trabajos que los naturales no desea realizar por x razones. Y no sólo hablo de Europa. igual pasa con USA y Canadá. Problema número tres: El innegable racismo y discriminación de algunos seres humanos que no ven al inmigrante como otro igual (ser humano, les guste o no): feo, prietito (moreno), chaparro (bajito), la mayoría de las veces, ignorante (por destino, más que por elección). Y son esos "Humanos" perfectos los que encuentran mil y un defectos y razones para dividir.

En México hay discriminación para con los vecinos del sur... No es absurdo? adolecemos de los mismos defectos que criticamos. Qué necesita el mundo además de tolerancia?

Respecto al caracter bravío del inmigrante, te puedo decir que es sólo un reflejo del miedo, de la soledad, y un instinto básicode conservación en un terreno que les resulta mayormente hóstil. Porque, por cada persona civilizada y pensante como tu, cuántos inconscientes con aires de superioridad habrá?

Un abrazo. Me mueve tu artículo. Pero la verdad me ha gustado mucho.

Frangarod dijo...

Veamos, ¿por qué se produce la emigración? ¿por qué lo ha hecho siempre? Podemos remontarnos a los tiempos del "hombre cavernario" y hallaremos siempre las mismas claves al fenómeno. Básicamente, merma de la condiciones de vida en un determinado lugar motivada por multitud de factores y búsqueda de unas condiciones más favorables en un nuevo entorno.

Hasta aquí todo clarito. Pero el proceso no es tan fácil de llevar a feliz término una vez iniciado el cambio en el "modus vivendi" que el nuevo entorno siempre (y recalco lo de siempre) va a exigir al inmigrante.

Obviamente ese lugar tiene unas características diferentes del anterior (a priori más favorables para el pleno desarrollo de la vida del inmigrante y de su familia), pero las expectativas generadas antes del traslado al nuevo hábitat casi nunca se ven cumplidas al producirse el cambio, al menos no de manera inmediata. Los sueños nos pueden vislumbrar lo que deseemos, pero solo el esfuerzo en la vida real y la determinación que mostremos nos permitirán alcanzar los objetivos marcados. Una palabra resume lo que trato de explicar: "adaptación". Así como el mismo hombre de las cavernas que te mencionaba antes hubo de cambiar una y otra vez de lugar de residencia para sobrevivir, y al mismo tiempo hubo de adaptarse a los nuevos condicionantes que la vida le exigía (por ejemplo, pasar de ser cazador-recolector a cultivar y criar sus alimentos), de igual manera el inmigrante contemporáneo debe adaptarse al país de acogida y evolucionar de manera simultánea aportando su propio acervo cultural en un proceso que resultará enriquecedor para ambas partes.

Naturalmente, todo lo dicho responde al ideal de lo que la e-/inmigración debiera ser. Pero también está claro que en el proceso vamos a hallar infinidad de situaciones traumáticas que pueden dar al traste (y lamentablemente lo hacen) con ese ideal. Tú mencionaste tres problemas, y en verdad pueden ser millares, pero todos se resumen en una palabra: "miedo". Miedo del inmigrante a lo desconocido, y miedo de la sociedad receptora al que es "diferente". Y de ese miedo surgen todas las respuestas al fenómeno de que somos testigos en los noticiarios o en nuestro día a día con "los otros" que conviven con nosotros. En ocasiones esas respuestas son positivas y demuestran toda la generosidad de que los seres humanos somos capaces, y en ocasiones son verdaderamente repugnantes y constatan que todos, sin excepción, podemos sacar a relucir ese lado oscuro de nuestra naturaleza que está grabado a fuego en nuestros genes. Es el fuego de centenares de miles de años de evolución basados en la confrontación y que solo unos cuantos millares de años más de esa misma evolución, pero basada en la tolerancia y el respeto, podrán erradicar para siempre de nuestra especie.

Como siempre, un verdadero placer este intercambio de pensamientos contigo.

Un abrazo.