A veces resulta incomprensible de asimilar la facilidad con que algo, aún un país entero, puede quedar reducido a la nada en contraste con los enormes esfuerzos que requiere toda construcción emprendida por el hombre. Haití es el último y más trágico ejemplo de esta máxima. Un terremoto, apenas unos segundos de nuestra vida y todo lo que conocemos se evapora dejando tras de sí una estela de destrucción y caos.
Haití era un estado fallido, un país que hacía aguas por todas partes casi desde el mismo momento de su independencia. Uno de los rincones más pobres y olvidados del planeta pese a ubicarse en el rico y desarrollado norte, a apenas un puñado de millas de la nación más poderosa y próspera de la Tierra. Sus escasas infraestructuras y su carencia de prácticamente todo lo convertían en un objetivo demasiado apetitoso para el cruel destino de la humanidad, ese que cada cierto tiempo se empeña en recordarnos nuestra insignificancia en manos de una naturaleza que no tiene piedad con las infinitas piezas que la componen. Clamamos contra tamaña injusticia, pero a escala cósmica nuestro grito -el grito de los haitianos- no es siquiera un susurro. La arrogancia humana que en no pocas ocasiones nos hace sentir dioses recibe estos hachazos de humildad que nos hacen despertar de golpe de nuestro ensueño divino.
Haití ya no existe. Todo lo que fue pereció en esos interminables segundos. Pero Haití volverá a existir. Porque la humanidad, pese a sus infinitos defectos, también alberga innumerables virtudes. La misma arrogancia que es pecado capital tantas veces se transforma otras tantas en orgullo por las capacidades de nuestra especie y una muy destacable es la de reconstrucción. Costará muchísimo pero Haití será reconstruido si hay voluntad puesta en ello. Y parece que, de momento, la hay. Mi único deseo es que los millones de actos solidarios con su pueblo no queden reducidos a pura campaña de marketing para lavar conciencias durante el escaso tiempo que esta tragedia ocupe espacio en los medios. Pues ese es otro pecado, no capital, pero sí muy actual del hombre, la facilidad que tenemos para olvidar.
FRAN.
Hace 1 hora
1 comentarios:
Haití es el país más pobre e ignorado de América, discriminado por sus hermanos dominicanos. Olvidado por los poderosos q por arte de magia hacen acto de presencia en un afán casi innegable de despliegue de poderío.
Pero Haití tanbién es calor, música, luchas, muestra de q la vida se aferra así misma apesar de todo.
Haití castigado una vez más. Tienes q renacer de tus cenizas.
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