lunes, 4 de diciembre de 2006

Picasso grabador



Picasso realizó su primer grabado todavía en el siglo XIX, concretamente en 1899, en su época barcelonesa de Els Quatre Gats. Se trataba de la figura de un picador de toros que, al salir del tórculo, se dio cuenta de que aparecía invertida: “Coño, si tiene la vara en la mano izquierda”, denominándola por ello “El zurdo”. Desde este momento y hasta tres meses antes de morir, en 1973, produciría más de dos mil piezas, demostrando una fecundidad y una vitalidad creativa similares a las que mostró en sus facetas de pintor, escultor o ceramista, y dejando una imperecedera constancia de su excepcional talento natural, plasmado en la frase “yo no busco, encuentro”.

En sus grabados están también presentes todas sus diversas etapas y cambios estilísticos, configurando un auténtico diario de creación artística, al tomar la costumbre de fechar todas las planchas y, más aún, añadirles un número romano que indicaba su orden en las grabadas el mismo día. El propio Picasso decía de sus cuadros, lo cual es perfectamente aplicable a los grabados: “Pinto como otros escriben su autobiografía. Mis lienzos, acabados o no, son las páginas de mi diario y, en cuanto lo son, son válidos”.

Aparte, debemos observar la increíble facilidad que tuvo para el dibujo, para inventar, bien creando mil y una variantes de un tema, bien realizando numerosos estados diferentes sobre una misma matriz, lo cual nos hace dudar si realmente más que investigar, el maestro estaba divirtiéndose. Pues, no en vano, muchísimas veces estuvo “mareando la perdiz” durante semanas e incluso meses, dejando una plancha que le ofrecía algún problema y luego retomándola hasta dar el definitivo permiso de tirada. En estos (bastantes) períodos de tiempo, Picasso fue solo y exclusivamente grabador, uno de los más grandes de España y de nuestra cultura; como diría Gaya Nuño exagerando un poco: “Creo que ni Goya ha manejado mejor los ácidos, la plancha de cobre y el buril”. Así, Picasso se convirtió también en un mito y un virtuoso del grabado, no sólo dominador del estilo, algo por otra parte lógico, sino también de la técnica y de las herramientas, sacando a relucir toda su vena de artesano, artesano-artista, o, simplemente, genio.

A partir de aquí, podemos hacer un breve recorrido por su producción que, si exceptuamos el episodio barcelonés, comienza propiamente, y ya con un Picasso instruido en el oficio, hacia 1904, en París. “La comida frugal”, de ese año, y “Saltimbanquis”, del siguiente, serían sus primeras obras, hechas al aguafuerte y la punta seca. El cubismo se manifestará con posterioridad en los grabados realizados entre 1909 y 1915, en las imágenes con que ilustra dos libros de su amigo Max Jacob: “Saint Martorel” y “Le siège de Jerusalem”. De esta época también datan sus escasísimas xilografías, procedimiento que poco le interesó.

Hasta finales de los años veinte su actividad grabadora sería escasa, si acaso destaquemos unas primeras incursiones en la litografía. Sin embargo, en la década que va de 1927 a 1937, Picasso realizaría las obras que lo consagrarían definitivamente como el principal grabador de nuestro siglo: los trece grabados para “Chef d`oeuvre inconnu” (“La obra maestra desconocida”) de Balzac, “Las metamorfosis” de Ovidio, por encargo de Skira, y sobre todo, su más célebre serie, los cien grabados encargados por el marchante (y amigo) Ambroise Vollard, que constituyen su obra cumbre, la famosa “Suite Vollard”, estampada en el taller de Lacouriére junto a otras muchas piezas calcográficas finalmente no incluidas en ella. Las veladuras aquí logradas con los ácidos aplicados a pincel son de una maestría insuperable. Posteriormente, en 1937, ilustra la “Historia Natural” de Buffon, aprovechando las conquistas técnicas logradas en la Suite.

Tras la Segunda Guerra Mundial, se dedica a purificar la técnica litográfica en el taller de los hermanos Mourlot, realizando sus primeros ensayos con el color. En 1949 Picasso litografía su ampliamente difundida “Paloma”, para el Congreso de la Paz. El artista se instala luego en el sur de Francia, en donde un impresor de Vallauris, Arnéra, le inicia en el grabado sobre linóleo al trabajar con él unos carteles. De ahí surgen las impresionantes series de 1959 y 1962-63, destacando la denominada “Tauromaquia”, en la que el color es conseguido por superposiciones de la misma matriz.

Obstinado en seguir viviendo lejos de París, Picasso hará instalar un taller de grabado y estampación en todas las mansiones en que viva a partir de entonces, y su furia creadora no tendrá fin hasta el fin de sus días (valga la redundancia), pues a sus ochenta y siete años, durante 1968, aún le quedarán arrestos para grabar más de trescientas planchas nuevas en metal, y eso no es todo, todavía grabaría otras doscientas más antes de exhalar su último suspiro.

Los grabados de Picasso, constituyen, tanto cuantitativa como cualitativamente, una parte fundamental en su vasta producción artística, y por más que se polemice con respecto a su “originalidad”, bien sea por el aspecto de la multiplicidad, bien porque lo menos feliz de ellos pudiera confundirse fácilmente con las imitaciones, contemplándolos y estudiándolos nos adentramos en las entrañas de, indudablemente, un genio; en el corazón mismo de Picasso.

FRAN.

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