jueves, 11 de junio de 2009

Pollo a la carta

Contemplamos ensimismados a dos jóvenes de rasgos asiáticos que llegan a un restaurante de comida rápida. Piden pollo. El ojo indiscreto de la cámara sigue a la comanda y penetra en la cocina del local mostrándonos cómo la jugosa carne es asada y llevada hasta el mostrador en que es servida a las chicas. Se sientan en una mesita y charlan animadamente mientras disfrutan, sonrientes, de su comida. Terminan y se marchan. Todos se marchan y el local cierra sus puertas a los clientes. La noche avanza y sigilosamente alguien surge, como en un sueño, para adueñarse de las calles casi desiertas. Esa figura pedalea tranquila en su viejo triciclo, moviéndose con la seguridad de quien conoce perfectamente el camino y a quien ninguna prisa perturba. También él se dirige al restaurante de comida rápida y también pide pollo. La cámara, como antes, sigue su petición y lo acompaña hasta la cocina, pues a él nadie le sirve. Él es un desposeído, y ha de buscar su sustento y el de los suyos entre los desperdicios del restaurante. Por un segundo, viendo al hombre seleccionar en el cubo de la basura los huesos de pollo que aún conservan algo de carne recordamos a las jóvenes del principio y su alegría cuando comían -ahora deben estar durmiendo o divirtiéndose en la disco-, y también nosotros nos alegramos, pues dejaron muchos restos aprovechables por el hombre del triciclo...

Este cortometraje trata sobre el hambre y la pobreza causados por la globalización. Mientras unos devoran manjares, otros subsisten con deshechos. Es la cruda realidad de millones de personas que dependen de los desperdicios de otros para poder sobrevivir; seres humanos como ustedes y como yo que se alimentan de nuestras basuras en sus destartaladas chabolas mientras nosotros, confortablemente, disfrutamos de varias estupendas comidas cada día al calor de un hogar. Saber que 25.000 personas mueren diariamente en el mundo por culpa del hambre y la desnutrición descorazona; asimilar que a muchos no les importa y que casi nadie hace nada por evitarlo resulta estremecedor. Pero no voy a caer en la hipocresía de un discurso moralista cuando, ni yo mismo, pienso en ello cotidianamente. ¿Por qué nos cuesta tanto reaccionar ante tamaña injusticia? ¿por qué no hacemos algo para acabar con el hambre que tanto repudiamos? Dejo las preguntas aquí, para quien apetezca tomar el testigo y aventurar una respuesta tras el visionado del corto.


...y los restos son en verdad aprovechados, y decenas de rostros se iluminan cuando ven regresar al hombre del triciclo con su cubo de basura a rebosar de despojos. Y el cubo se transforma en bandeja de plata y los huesos semiroídos en sabrosos pollos asados. Y los niños que los comen sonríen tanto como las jóvenes del restaurante y, por un momento, son felices.

Me apropio, para terminar, de la última frase que aparece en la sinopsis del corto, en la página de film festival: Green Unplugged, y que dice: "Lo que resulta inspirador es contemplar cómo la esperanza y la espiritualidad nunca dejó a esta gente".

FRAN.

1 comentarios:

dulce dijo...

Algunos reparamos en esa pobreza que nos apesadumbra y nos avergüenza, aún sin ser los culpables. Pero en realdad hay más que no imaginan siquiera lo que sucede mientras ellos paladean manjares, manejan yates y se visten de Chanel. Y hay otros más osados, que utilizan la miseria como estandarte para encumbrarse en la hipócrita y demagógica política.

"Sepulcros blanqueados, predican el agua, mientras beben vino"