Lo bueno de la fotografía es su enorme poder de sugerencia: se trata, al fin y al cabo, de una milésima de segundo captada en papel. El espectador debe reconstruir el momento, la circunstancia, y muchas veces le añade sentimientos y cualidades al modelo que puede que estuvieran realmente, pero puede que sean meras construcciones intelectuales a posteriori. En esta imagen podemos ver una mirada de miedo, pero también de curiosidad, de orgullo. Quién sabe qué pasaba realmente por la cabeza de esa niña. Por cierto, es impresionante cómo continuó esta historia: el fotógrafo logró encontrarse con la niña muchos años después, cuando ella debía tener uos 30 años, y el deterioro físico era evidente: en esa segunda fotografía no hay lugar a dudas, vemos la cara de la tristeza.
Decía el propio McCurry al respecto: "En el Retrato espero el momento en el que la persona se halla desprevenida, cuando afloran en su cara la esencia de su alma y de sus experiencias (...). Si encuentro a la persona o el tema oportuno, en ocasiones regreso una, dos, o hasta media docena de veces, siempre esperando el instante justo. A diferencia del escritor, en mi trabajo, una vez que tengo hechas las maletas, ya no existe otra oportunidad para un nuevo esbozo. O tengo la foto o no. Esto es lo que guía y obsesiona al fotógrafo profesional, el ahora o nunca. Para mí, los retratos (...) transmiten un deseo de relación humana, un deseo tan fuerte que gente que sabe que no me volverá a ver nunca más se abre a la cámara, esperando que alguien lo observe al otro lado, alguien que ría o sufra con ella."
La niña afgana, hoy mujer afgana, se llama Sharbat Gula, y en el momento en que le fue tomada la foto vivía en un campo de refugiados de Pakistán, a donde tuvo que huir desde su país natal por causa de la guerra. Actualmente vive en una remota aldea de Afganistán junto a su marido y sus tres hijas. Steve McCurry tardó 17 años en encontrarla desde el momento en que le tomó la famosa foto. Y volvió a retratarla, como bien dices. Su cara, en efecto, refleja en esa segunda instantánea tristeza, pero ¿quién sabe por lo que esta chica debió de pasar durante esos más de tres lustros hasta su reencuentro con el fotógrafo? Obviamente solo ella, aunque sus ojos, como en la primera foto, dicen más de lo que se puede escribir aquí con palabras.
De todas formas, un pequeño apunte para la esperanza: La sociedad que publica la revista National Geographic creó en su honor un fondo especial de ayuda al desarrollo y creación de oportunidades educativas para las niñas y mujeres afganas.
Una vuelta de tuerca a la actualidad, al arte, al cine, a la historia... Todo a través del particular prisma de Frangarod y de un gato encantado de la Luna.
2 comentarios:
Lo bueno de la fotografía es su enorme poder de sugerencia: se trata, al fin y al cabo, de una milésima de segundo captada en papel. El espectador debe reconstruir el momento, la circunstancia, y muchas veces le añade sentimientos y cualidades al modelo que puede que estuvieran realmente, pero puede que sean meras construcciones intelectuales a posteriori.
En esta imagen podemos ver una mirada de miedo, pero también de curiosidad, de orgullo. Quién sabe qué pasaba realmente por la cabeza de esa niña.
Por cierto, es impresionante cómo continuó esta historia: el fotógrafo logró encontrarse con la niña muchos años después, cuando ella debía tener uos 30 años, y el deterioro físico era evidente: en esa segunda fotografía no hay lugar a dudas, vemos la cara de la tristeza.
Decía el propio McCurry al respecto: "En el Retrato espero el momento en el que la persona se halla desprevenida, cuando afloran en su cara la esencia de su alma y de sus experiencias (...). Si encuentro a la persona o el tema oportuno, en ocasiones regreso una, dos, o hasta media docena de veces, siempre esperando el instante justo. A diferencia del escritor, en mi trabajo, una vez que tengo hechas las maletas, ya no existe otra oportunidad para un nuevo esbozo. O tengo la foto o no. Esto es lo que guía y obsesiona al fotógrafo profesional, el ahora o nunca. Para mí, los retratos (...) transmiten un deseo de relación humana, un deseo tan fuerte que gente que sabe que no me volverá a ver nunca más se abre a la cámara, esperando que alguien lo observe al otro lado, alguien que ría o sufra con ella."
La niña afgana, hoy mujer afgana, se llama Sharbat Gula, y en el momento en que le fue tomada la foto vivía en un campo de refugiados de Pakistán, a donde tuvo que huir desde su país natal por causa de la guerra. Actualmente vive en una remota aldea de Afganistán junto a su marido y sus tres hijas. Steve McCurry tardó 17 años en encontrarla desde el momento en que le tomó la famosa foto. Y volvió a retratarla, como bien dices. Su cara, en efecto, refleja
en esa segunda instantánea tristeza, pero ¿quién sabe por lo que esta chica debió de pasar durante esos más de tres lustros hasta su reencuentro con el fotógrafo? Obviamente solo ella, aunque sus ojos, como en la primera foto, dicen más de lo que se puede escribir aquí con palabras.
De todas formas, un pequeño apunte para la esperanza: La sociedad que publica la revista National Geographic creó en su honor un fondo especial de ayuda al desarrollo y creación de oportunidades educativas para las niñas y mujeres afganas.
¡Un abrazo, amigo!
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